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07/09/2018

Vivir con un horrible pitido constante

«Nunca he oído en silencio». Con esta demoledora frase, la periodista Carme Chaparro ilustra el drama que sufre desde que tiene uso de razón, un silbido constante en el oído. El tinnitus es una enfermedad que poca gente conoce. Sin embargo, ahí está, invisible, pero sonora, avanzando de forma sibilina.

Actualmente, se estima que el 5% de la población mundial lo padece y se espera que la cifra aumente en poco tiempo. Es decir, en unos años más de 400 millones de personas nunca más volverán a oír el silencio.

«El tinnitus es un sonido percibido en uno o en los dos oídos que no tiene una fuente exterior que sea su origen». Ésas son las palabras de Josep Boronat, presidente de la Asociación de Personas Afectadas por Tinnitus (APAT).

Si bien la definición parece sencilla, su origen se dibuja más difuso: «Las causas más comunes son la pérdida de audición por la edad, estar sometido continuamente a ruidos intensostraumatismos, fármacos ototóxicos -medicamentos con efectos secundarios para el sistema auditivo-, otitis mal curadas, problemas cervicales, estrés, etc».

Con causas más o menos definidas, los acúfenos -nombre popular de la enfermedad- tienen una consecuencia clara: «Pérdida de calidad de vida», algo que explica Boronat y que corroboran los testimonios de quienes la padecen: «Nadie se hace a la idea de lo agobiante que es vivir con un zumbido constante en el oído.

Al principio piensas que se lo ha inventado tu cerebro, pero existe y es algo que sólo escuchas tú», explica para ZEN un aquejado.

Por desgracia, a veces los pitidos no vienen solos, sino como parte de una dolencia más severa, el Síndrome de Ménière, una «enfermedad degenerativa que afecta al oído interno y cuyo origen es completamente desconocido», según declara el presidente de la Asociación Síndrome de Ménière España (ASMES), Roberto Calderón.

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Enfermedades invisibles

La hipoacusia -pérdida de audición- y los vértigos son los otros dos componentes que conforman el cuadro clínico de Ménière. Estos se pueden dar en mayor o menor intensidad, pero el camino es el mismo, una carrera sin frenos hacia la sordera.

Calderón explica así el comienzo de su batalla: «Empecé a notar unas molestias en el oído. Al principio pensé que era otitis, pero después de seis meses me dio la primera crisis de vértigos, en pleno trabajo. Ahora tengo un 90% de pérdida de audición en un oído y un 60% en otro».

Los vahídos suelen ser el mayor miedo de este trastorno. Se presentan en cualquier momento y lugar y, además, pueden dejar a la persona sin percepción alguna de equilibrio, como le ocurrió a Marta Peón: «Un vértigo me postró en una silla de ruedas durante cuatro meses.

Después de eso tuve que empezar de cero mi vida, aprender a andar, a vestirme, a sentarme, a levantarme…». Las consecuencias físicas no son las únicas con las que hay que batallar. Las psicológicas, como ansiedad, insomnio y depresión, son el otro frente.

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De momento, no existe un tratamiento universal, aunque hay métodos para mitigar la situación: «Para calmar el Ménière se suele administrar medicación paliativa, inyectar corticoides o recurrir a métodos más agresivos, como la operación», explica Calderón, que vislumbra esperanza en una investigación estadounidense que trabaja con unos implantes vestibulares para devolver el equilibrio a la persona: «Si funcionase, por ejemplo, podría volver a correr», comenta emocionado. Parece un sueño bastante sencillo. El de Marta es volver a viajar y el de otros, simplemente, dormir.

Los aquejados de tinnitus están en la misma situación de incertidumbre, aunque un nuevo horizonte se abre ante ellos. Una investigación publicada el pasado 3 de enero en la revista ‘Science Translational Medicine’ informa sobre un tratamiento experimental que ha logrado acabar con los pitidos del 20% de los participantes y que redujo los del 80% restante.

El método consiste en una intervención por estimulación que alterna sonidos breves con pulsos en el cuello y la mejilla. A pesar de las buenas noticias, hay que seguir trabajando, entre otras cosas, para dar a estas enfermedades la importancia que merecen. «En general, las instituciones no reconocen estos síndromes. Existen pocas clínicas públicas que los traten», explica conciso Boronet.

A la espera de una cura, el mejor tratamiento que existe es la fuerza interior: «La etapa fundamental es aceptarlo, reinventarte. Esto no es mortal, mira la positivo y sigue adelante», termina Roberto Calderón.

Artículo escrito en elmundo.es